domingo, 3 de septiembre de 2017

CRÍTICA: TABOO

Así como el Cirque du Soleil tiene ser versión erótica, Stravaganza también la tiene y se llama Taboo. Flavio Mendoza, mientras sigue disfrutando del éxito de Mahatma y preparando una reposición de Stravaganza, estrenó en esta temporada Taboo, un espectáculo erótico de acrobacias, donde prevalece lo estético, el talento y una invitación para entrar a lo prohibido.


Cuando el público entra a la sala inmediatamente es recibido por Gonzalo Costa, quien comienza a interactuar con la gente, contando chistes y dando la bienvenida a Taboo. Él también será el anfitrión durante todo el show, ya montado en un personaje distinto, haciendo conexión entre los diferentes cuadros musicales y acrobáticos.

El elenco de Taboo está compuesto por talentosos artistas, quienes cantan, bailan, hacen jugadas acrobacias, tocan instrumentos musicales y hasta entran una moto desde la platea, casi siempre desnudos.

Los destacados del elenco son Gisela Bernal, quien se animó a esta apuesta diferente para mostrar su talento, y Dolly Kent, una maga e ilusionista que sorprende en cada una de sus participaciones. Flavio Mendoza no aparece mucho en escena, pero es el encargado de abrir y cerrar la puerta de lo prohibido, del Taboo.


La puesta en escena es tecnológica, moderna, con muy buen diseño de luces, y una excelente selección musical. Cada cuadro es distinto, y todos ellos llevan a diferentes fantasías sexuales.

Flavio Mendoza creó este show sin caer en la vulgaridad ni en lo explícito, por el contrario, en todo momento prevalece lo estético brindando un show completo, cumpliendo con las expectativas de un buen espectáculo cargado de erotismo.

La música es en vivo, y las voces de Micaela Romano y Martina Luperdo son grandiosas.

Taboo es un espectáculo diferente en la cartelera porteña, que se presenta a la medianoche de los jueves, viernes y sábados en el Teatro Broadway; es una propuesta arriesgada, que es muy bien recibida por el público; es un espectáculo sólo apto para mayores de 18 años. Hay que animarse a entrar a lo prohibido. 

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